Columna de Ricardo Lagos E. en diario Clarín de Argentina
Comienza en Lima la nueva ronda de negociaciones para alcanzar un acuerdo en cambio climático. El propósito, tener un borrador lo suficientemente adelantado como para que el año próximo, en diciembre de 2015 en París, se firme un texto definitivo. Sabemos que los países de América Latina no tienen mayores responsabilidades en la contaminación acumulada. Sin embargo, ha llegado el momento que las metas que voluntariamente hemos asumido en cada uno de nuestros países las declaremos vinculantes, dando derecho a la comunidad internacional a exigirnos el cumplimiento de lo que hemos declarado. ¿Por qué ello es importante? Porque, entre otras razones, da derecho a exigir cumplir sus metas a los que sí son los responsables principales de la amenaza que vivimos. Es necesario predicar con el ejemplo.
Recordemos las cifras esenciales. Hacia el año 2050 seremos 9 mil millones los seres humanos en el planeta Tierra. Esos 9 mil millones de seres humanos no podrán en promedio emitir más de 2 toneladas de gases de efecto invernadero (GEI) por persona al año. Las cifras hoy están lejos.
En Estados Unidos emiten entre 20 y 22 toneladas per capita; la Unión Europea llega a un promedio de 10 a 12 toneladas; Rusia más de 8 toneladas y China, no obstante su enorme población, da un per cápita de casi 8 toneladas; América Latina alrededor de 5 o 6, y son los países más subdesarrollados los que están entre 2 y 5 toneladas. El tema es que la inmensa mayoría de los países son todavía países emergentes y necesitan seguir creciendo, y por tanto el aumento de las emisiones, si todo sigue como está, será inevitable.
Pero la cuestión cabe mirarla no desde el cálculo per cápita, sino de los volúmenes emitidos a la atmósfera por cada país como un todo, en particular de Estados Unidos y China. Estos dos países suman juntos el 45% de las emisiones de GEI del mundo. China emite hoy casi el doble de CO2 que Estados Unidos y el 30% del total mundial. Esto es lo que hace significativo el anuncio conjunto hecho por Barak Obama y Xi Jinping a mediados de este mes, tras el término de la Cumbre de APEC.
Fue una sorpresa. Ambos líderes anunciaron sus metas al mundo: Estados Unidos señaló que al 2025 las emisiones de CO2 serán un 26% más bajas que las de 2005, mientras China indicó que éstas alcanzarán su máximo en 2030 cuando el 20% de su energía provendrá de fuentes renovables. Ese 20% equivale a toda la capacidad de energía eléctrica existente en Estados Unidos o a toda la electricidad generada en China por plantas alimentadas con carbón. Hasta el momento de este anuncio habíamos vivido una encrucijada dramática para el resto del mundo: el Protocolo de Kioto (1998) estableció que los países desarrollados (36 países según ese Protocolo) debían disminuir sus emisiones en un 5% respecto de las que tenían en 1990; Estados Unidos dijo yo no firmo si no lo hace China, pero este país señaló que no estaba obligado porque aún era un país en desarrollo.
Es cierto que el anuncio aún es modesto comparado con las dimensiones del problema, pero es un paso de realismo político muy significativo. Las dos principales potencias económicas mundiales asumen que la preservación de los “bienes públicos globales” reclama nuevos consensos, porque es la vida humana en el planeta la que está en peligro.
Si no se avanza con planes innovadores y se deja de contaminar la atmósfera podemos encontrarnos al 2050 con que la temperatura del planeta subirá de los 2°C y a partir de ese momento el devenir de la Tierra, o mejor dicho del ser humano en ella, no es seguro. El planeta dejaría de ser habitable para las generaciones que nos sucedan. Y de esos 2°C ya hemos aumentado 1.3° respecto de la temperatura que tenía la Tierra al inicio de la Revolución Industrial.
¿Es posible asumir tan urgente tarea? Hoy disponemos de nuevas energías renovables no convencionales que, por el avance tecnológico, son competitivas, como la energía solar y la eólica. Pero, además, porque estudios recientes, como La Economía del Cambio Climático, indican que es posible crecer sin incrementar la contaminación del planeta. Todo depende de tres factores: uno, cómo construiremos nuestras ciudades en una urbanización ya global; dos, cómo aumentaremos la eficiencia energética, para producir más bienes con una misma cantidad de energía; tres, cómo contendremos la desforestación y renovaremos nuestros bosques, que son claves para absorber gases de efecto invernadero.
Y por eso vemos una oportunidad para América Latina. La mayor parte de nuestros países, los más altos en generación de emisión de gases, alcanzarán de aquí a una década los 20 mil dólares por habitante. Estaremos en otra escala de nuestro desarrollo. Pero debemos saber llegar allí haciéndonos parte de esta tarea global. Por ello, creo pertinente que los países latinoamericanos trabajen por una declaración formal donde nuestras definiciones internas, ya expresadas voluntariamente, se conviertan en materias vinculantes y exigibles por la comunidad internacional. Así estaremos introduciendo la obligatoriedad de cumplir aquello que nos hemos propuesto.
Si así se hace, los países latinoamericanos tendremos la autoridad moral para exigir lo mismo al resto de los países de la Tierra. Seguramente seguirán existiendo países con pobreza extrema que podrán ser eximidos de esa declaración, pero el resto comencemos a asumir nuestras obligaciones. Es la oportunidad que Lima nos ofrece. Y con ello llegar a Francia 2015 dispuestos a ser parte de una verdadera alianza de países, donde todos seamos responsables, de acuerdo a nuestras capacidades, del resguardo del planeta. Cada cual a su medida, porque tenemos distintos roles en el mundo, pero avanzando en una misma dirección: la de la preservación de la Tierra para el ser humano.
Columna publicada en Diario Clarín de Argentina
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