Columna de Ricardo Lagos en diario Clarín de Argentina
Hay que decirlo: también los no católicos vemos con mucho interés el peso que en el devenir contemporáneo ha ganado el papa Francisco. Si ya era ineludible considerar seriamente su reciente exhortación apostólica Evangelii Gaudium por la fuerza de su texto, ahora nos vuelve a sorprender con un mensaje dirigido al corazón del Foro Económico Mundial, reunido en Davos.
El Vaticano vivía horas muy duras hace un año. Tan críticas que llevaron a Benedicto XVI, en un acto de tremendo coraje, a renunciar a la silla de Pedro. Si eso fue revolucionario, mucho más fue lo que vino luego: el jesuita Jorge Mario Bergoglio, nacido en Buenos Aires, el mismo que siendo arzobispo y cardenal andaba en subte y vivía con sencillez y austeridad, era elegido como el Vicario de Cristo y jefe del Estado Vaticano.
Sus gestos, sus actitudes, sus afirmaciones le retratan. ¿Quién soy yo para juzgar? , se preguntó a sí mismo con humildad extrema al referirse al tema de la homosexualidad. Por todo ello, las revistas Time y Rolling Stones, entre otras, lo eligieron el personaje del año. Pero lo esencial está en cómo ha entrado de lleno al escenario internacional y al tema clave de nuestro tiempo: la desigualdad.
En Evangelii Gaudium nos dice que el mundo es distinto, entre otras razones, como consecuencia de una globalización y de una crisis que ha golpeado con fuerza la dignidad de los seres humanos. Y llama entonces a sacar lecciones de esta nueva realidad, como cuando señala que “la necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar” y que “los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras.” Y agrega en un párrafo notable por su claridad: “ Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone; requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo. Estoy lejos de proponer un populismo irresponsable, pero la economía ya no puede recurrir a remedios que son un nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos”
Es muy fuerte esa idea de los “nuevos venenos”.
Porque muchos de los efectos que la crisis y la visión neoliberal crearon, han terminado por envenenar la vida de la gente, las bases de la relación entre ciudadanos y dirigencias políticas, las confianzas entre juventud e instituciones democráticas.
Ante el Foro Económico Mundial, fue igualmente contundente y claro. En su carta a Klaus Schwab -presidente de este evento convertido en la gran cita de jefes de Estado, ministros y el núcleo de empresarios que manejan buena parte de la economía mundial– señaló que “crecer con igualdad exige algo más que el puro crecimiento económico”.
Dijo que estábamos mejor que antes, pero también mostró la verdad detrás de ese escenario optimista: “Los éxitos conseguidos y que han llevado a la reducción de la pobreza de un gran número de personas a menudo han supuesto también una difusa exclusión social. De hecho, la mayor parte de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo vive aún bajo una precariedad cotidiana, con consecuencias en ocasiones dramáticas”. Y para ello reclama “una nueva mentalidad política y empresarial, capaz de juzgar todas las acciones económicas y financieras desde la óptica de una ética verdaderamente humana”.
Allí está la fuerza de Francisco: en su modo de ser y de decir. Ha llegado el Papa a un momento de debate fundamental para el futuro de la humanidad.
¿Cuánto de nuestras sociedades serán moldeadas de acuerdo a la demanda de sus ciudadanos y no a la insensibilidad de los mercados?
No se trata de actuar en contra de estos, pero se trata de regularlos para que operen adecuadamente.
¿Se puede seguir hablando de Estados subsidiarios cuando vemos el fracaso que ha generado ese concepto ante la falta de regulaciones financieras? ¿Se puede seguir hablando de que no es necesario regular cuando para muchos aparentemente nada ha ocurrido y se ha vuelto a los bonos de 30 o 40 millones de dólares para esos ejecutivos financieros como si nada hubiera ocurrido?
La otra cara de la desigualdad creciente es la concentración apabullante de la riqueza.
Las estadísticas mostradas por el Fondo Monetario Internacional a través de Christine Lagarde o los números entregados por la OCDE así lo ratifican. Y ahí está el informe entregado por Oxfam en las vísperas de la carta del Papa: 81 personas tienen una riqueza equivalente a la que juntan 3.500 millones de seres humanos, esto es, la mitad de la población mundial. Son muchas las cifras, pero obligan a la necesidad de repensar los temas sustanciales de nuestro tiempo.
En menos de un año Francisco ha revolucionado con su prédica la visión de los sectores más conservadores, siempre atentos a preservar el estatus actual. ¿Cómo se hará para tomar el camino al cual él invita? ¿Dónde estarán los nuevos liderazgos políticos?
Al presidente Obama, otra vez comprometido en el tema de la desigualdad, se le dice que hay avances frente a la pobreza. Pero ese no es el tema: se trata de hacer a los seres humanos un poco más iguales en oportunidades y perspectivas.
Ello reclama políticas serias, responsables, sin un dejo de populismo, para que perduren en el tiempo.
Esa exhortación del Papa, unida al coraje moral del cual hoy aparece revestido, es un mensaje contundente para los dirigentes políticos, especialmente en América Latina: el futuro depende de saber enmendar el neoliberalismo de ayer que condujo a excesos que nos duelen hoy.
vía Clarin.com
foto teinteresa.es
Luego de haberse dedicado durante mas de 65 años al servicio público, contribuirá a la discusión desde un espacio más íntimo, siempre atento a los desafíos que Chile y el mundo tienen por delante.
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