Ricardo Lagos

La voz de Allende, a cuarenta años del golpe

02 de September de 2013

Columna de Ricardo Lagos

A 40 años del golpe militar en Chile, es imposible no reflexionar sobre aquello y el impacto que tuvo más allá de sus fronteras, en el contexto de la Guerra Fría.

El golpe clausuró una experiencia que buscaba conciliar cambios profundos para lograr una sociedad más inclusiva, con respeto a las normas democráticas. Pero también se cumplen cuatro décadas del último discurso de Salvador Allende. En sus palabras, tan dramáticas, hay una convicción profunda que el Golpe no clausuraría el camino a recorrer hacia la igualdad y la libertad.

Oí aquel último discurso con el corazón apretado porque sabía que esas palabras nacían de las entrañas mismas del presidente Allende. El las decía percibiendo que una larga tragedia venía sobre Chile, mientras caían las bombas para destruir el corazón de la República: el Palacio de La Moneda.

se mostraba sin salidas. Al conversar con él se intuía que, llegado el momento, sus decisiones tendrían un sentido profundo de responsabilidad con Chile, su pueblo y su historia: no saldría vivo del Palacio de La Moneda. Sus palabras finales, excúseme el lector, las quiero recordar una vez más: “Tengo fe en Chile y su destino.

Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.” En estas palabras asoman dos conceptos esenciales que cruzan toda la búsqueda de nuestro tiempo: construir sociedades donde rija la “libertad” con la misma fuerza que la “igualdad”. Porque el implícito de seres humanos libres (hombres y mujeres) llamados a avanzar en su propia historia emerge de esa frase final. Los sueños esenciales volverán cuando haya quienes sepan superar el momento “gris y amargo”, para rescatar la esencia del devenir ineludible de la nación: luchar por “construir una sociedad mejor”. Allí es donde resuena esa aspiración por la igualdad ligada directamente a la visión de libertad.

Para muchos, la confrontación de estos dos conceptos marca toda la historia del siglo veinte. La Guerra Fría polarizó el mundo entre dos meta-proyectos dominantes: a un lado, aquel donde la libertad (instalada en armonía con el mercado) predomina y deja al margen la preocupación por la cohesión social; en el otro polo, el proyecto prometedor de la igualdad (levantado desde la planificación central y el poder también censor) donde se atrofia tanto el emprender como el crear con libertad.

Bien sabemos como cayeron los llamados “socialismos reales”. Pero también sabemos -y sobre todo en la actual crisis- que el neoliberalismo para nada traía la meta de la igualdad.

En su promesa de privilegiar el “acto de elegir”, el neoliberalismo ha creado las condiciones para que las grandes ganancias y beneficios se concentraran en unos pocos. Así se ha gestado lo que hoy vemos por todas partes: la desigualdad. Ella, sobre todo, aumentó en los países más ricos en los últimos 30 años. Ante eso hay en el discurso de Allende, un brochazo iluminador que llama a crear instituciones donde se garantice la libertad del ser humano, bajo las cuales éste trabaje para “construir” su mejor sociedad.

Allende en esas palabras le habla a Chile, pero su historia lo muestra como un líder comprometido con toda América latina. Al referirse a esos “otros hombres” le asigna a las generaciones que vendrán la tarea de volver a caminar por una senda que les pertenezca. Y es aquí cuando Salvador Allende introduce esa imagen impregnada de poesía: “se abrirán las grandes alamedas.” Sí, porque las grandes alamedas dan una idea de perspectiva, de marcar un camino por donde pasen aquellos que van en busca de sus propias verdades y sus propias historias. Son aquellas alamedas, de raíces profundas, derivadas de “la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos”.

En sus palabras resuena un sentido de futuro, donde quienes vengan vivirán sus propios desafíos de cambio. Donde los derechos humanos van a tomar una fuerza que antes no tuvieron. Cuarenta años después otras geografías cambian la imagen del planeta: los avances tecnológicos e Internet traen la fuerza de las redes sociales. ¿Podría haber imaginado Allende que hoy llegarían a existir grandes alamedas virtuales por donde navega el hombre libre? Son las herramientas de la acción social en el despegue del siglo XXI que, sin embargo, se refuerzan desde el pasado para entender mejor la construcción del futuro.

Cuando Allende subraya que su intento de cambio lo hizo siempre “con apego a la Constitución y las leyes”, deja emerger también al senador de la República que lo fue por largos años. Allí habla el hombre para quien, en definitiva, son las instituciones jurídicas las que cabe utilizar en un mundo civilizado para alcanzar un mañana mejor. Por cierto, en el entendido que esas constituciones y leyes expresan los valores comunes de una nación. En eso no se equivocaba. Por ello en su momento levantó la voz cuando los tanques entraron a Budapest en 1956 o en Praga en 1968, para terminar con esa primavera.

Instituciones democráticas reales, ciudadanos respetados en su dignidad, redes sociales y participación política, fin a la desigualdad son hoy esas grandes alamedas que van a permitir al ser humano seguir caminando.

Cuarenta años después, es otra América Latina. Cuarenta años después, en una u otra forma, cabe construir sociedades más justas, más libres y más tolerantes. Pero cuarenta años después sabemos que, si los desafíos son distintos, los sueños y las utopías son similares. Es allí donde también adquieren toda su fuerza esas otras palabras finales de Allende: “Tengo fe en Chile y su destino”.

Publicada en Diario Clarín de Argentina

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