Por Ricardo Lagos
Por Ricardo LagosEl mundo ha mirado con asombro lo ocurrido en Brasil. Y, de igual forma, lo que antes tuvo lugar en Turquía: miles de miles en las calles.
El mismo Primer Ministro turco, Tayyip Erdogan, hizo declaraciones ligando ambas situaciones y recordando que los dos países habían sabido desligarse del Fondo Monetario Internacional. Pero las similitudes son aparentes, porque las reacciones de sus líderes han sido diversas.
El Primer Ministro turco, luego de un intento de diálogo, llamó a aplicar la fuerza, remarcando que, después de todo, a él lo habían elegido tres veces. Aquello es cierto, pero como la realidad contemporánea lo está demostrando en diversas geografías, el rito electoral es importante, pero ya no es suficiente en sociedades que buscan más participación y han ganado en poder ciudadano.
Desde esa perspectiva cabe valorar la forma lúcida como Dilma Rousseff enfrentó aquello comenzando por decir “hoy la democracia brasileña está más fuerte”. Comprendió las exigencias de aquellos que se manifestaron.
Comprendió las dimensiones profundas de una multitud totalmente inesperada en el escenario político brasileño. Entendió que algo había oculto para que una protesta estudiantil por el alza de un pasaje muy modesto, deviniera en una marea de insatisfacción ante un país que crece. Como sucede tantas veces con los seres humanos,una rabia contenida explotó por algo trivial. Aquellas grandes mayorías dieron un grito mayor: “Brasil crece, pero ese crecimiento no nos llega. Queremos participación, queremos que los políticos se acuerden del pueblo”.
La mandataria brasileña ha sabido darle un cauce a la situación. Ha propuesto un plebiscito en torno de cinco grandes temas: la financiación de las campañas políticas, el sistema electoral, las suplencias de parlamentarios, las coaliciones partidarias y el voto secreto en las Cámaras. Ello, por cierto, debe ir unido a políticas sociales que respondan a las nuevas demandas sociales, como también a un pueblo que hoy está mucho más atento en cómo, dónde y quiénes hacen los gastos para los grandes compromisos internacionales de Brasil.
Casi simultáneamente, hemos vivido también una marea de participación en Chile, donde más de tres millones de ciudadanos desbordaron todos los pronósticos hechos para unas elecciones primarias con voto voluntario.
Era la primera vez que éstas se realizaban de acuerdo a una ley. Si desde hace tiempo las masas estudiantiles ocuparon las calles, sorprendiendo con su convocatoria al mundo político, ahora las masas frente a las urnas también dieron la sorpresa al señalar cuál es el camino a seguir para sus demandas.
Nadie supuso que de un padrón de alrededor de doce millones de potenciales electores más de tres millones acudirían a votar de una manera voluntaria, superando todos los indicadores de otras experiencias internacionales en elecciones primarias. Y tampoco nadie anticipó que dentro de esos tres millones, la candidata de la Nueva Mayoría, Michelle Bachelet iba a obtener más del 50% de los votos.
¿Qué significa ese respaldo? Que aquí también, como en Brasil, se demuestra una visión y empatía para abordar la demanda ciudadana. Esa gran votación es un espaldarazo a la propuesta de cambios profundos que ofreció la candidata Michelle Bachelet para lograr una sociedad con mayor y mejor inclusión social. Esa es hoy la exigencia que cruza todas estas masivas protestas en el mundo.
El haber hecho primarias legales en Chile es un primer paso, ya no hay vuelta atrás y, por cierto, deberá ser el mecanismo para elegir candidatos al parlamento y a los gobiernos locales. Me tocó participar en las dos primarias que se hicieron antes en Chile, convocadas sólo por los partidos, sin un marco legal. Si bien tuvimos en la segunda, un nivel de participación similar a la última, un millón y medio sobre la base de un padrón de ocho millones, lo que ahora hemos visto –con participación de todo el espectro político- habla de una institución que llegó para quedarse.
En estas mismas columnas, en septiembre de 2007, señalé que en nuestra América Latina el tema emergente vendría de los estudiantes, con demandas por más y mejor educación, con la exigencia de una educación pública de calidad y donde la cuna no determine el acceso educacional.
En suma, atacar la discriminación creciente.
Quedamos cortos en los efectos que traerían las protestas estudiantiles que avizoramos el 2007.
Lo que normalmente ha ocurrido después ha sido un proceso donde la mecha la encienden los estudiantes, pero pronto se les suman los sectores emergentes -aquellos que ayer eran pobres y que dejaron la pobreza atrás-, porque sienten incrementado su poder, tienen más conocimiento de su realidad y exigen participar de una manera distinta.
Esta es la cuestión determinante que desafía a la política de nuestro tiempo: saber dar cauce a la mayor participación de los ciudadanos. Y esto reclama imaginación porque todavía faltan muchas otras instituciones políticas o mecanismos de participación que surgirán sustentadas en las nuevas tecnologías de información y su poder de consultas casi inmediatas. ¿Acaso es imposible pensar que tendremos plebiscitos convocados por un número calificado de ciudadanos que, ante una ley aprobada en el parlamento, determinen desde la ciudadanía si cabe ponerla en vigencia? Sí, sabemos que la democracia es representativa, pero cuando los representantes no lo hacen bien, ¿será ilógico pensar que la ciudadanía querrá recuperar su soberanía y buscar derogar esa ley?
No me cabe duda que vendrán cambios como esos. Es en ese contexto que cabe valorar la forma como se reacciona en Brasil, en Chile y en otros países de la región. Está en el aire: la gente quiere más satisfacción si hay más crecimiento.
Y la presión por participar y exigir será constante. Ello trae desafíos nuevos y profundos a nuestras instituciones políticas para avanzar al ritmo del sentir ciudadano.
Columna publicada en diario Clarín de Argentina
Luego de haberse dedicado durante mas de 65 años al servicio público, contribuirá a la discusión desde un espacio más íntimo, siempre atento a los desafíos que Chile y el mundo tienen por delante.
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